domingo, 3 de diciembre de 2006

EL ANILLO





La anciana revolvió entre la basura. Nadie le había visto. No encontró nada de valor. Algunas veces encontraba verdaderas maravillas, como aquél día que encontró un abrigo de piel falsa en buen estado. Subió con el ascensor hasta su casa, lo limpió y fue la reina de la noche. A las cinco tenía que ir a buscar a Miguel, su nieto, al colegio, así pues, tenía tiempo de buscar algo más. Caminó hacía el parque, donde los niños que no hacían actividades extraescolares en el centro ya habían salido y vio un container escondido entre los coches. Sin perder de vista a los niños y a sus padres se acercó al container y metió la mano casi sin mirar. No le gustaba mirar mucho, pues realmente le daba asco, le daba asco tocar residuos orgánicos. Notó una caja de cartón, la cual como casi siempre, estaba vacía, una bolsa de basura con cristales y un palo de fregona. Con el palo removió las bolsas, ahora mirando en el interior del container, y encontró un anillo dorado en el fondo. Sus ojos se iluminaron sin saber aún si era de bisutería o de oro. Con el palo intentó varias veces subirlo apretándolo contra la pared, pero fue en vano. Se acercaba la hora de ir a recoger a Miguel y su excitación aumentaba por momentos. Vio que se acercaba un joven. Aun que le dio reparo le dijo:

- Perdona pero es que se me ha caído mi anillo dentro al tirar la basura ¿Qué podrías cogérmelo?

El joven asintió con la cabeza y ayudándose con los brazos se introdujo en el container. La anciana no cabía en su gozo y le dijo gracias por lo menos seis veces, el joven se puso los auriculares y prosiguió su camino. Levantó el anillo para mirarlo a la luz y descubrió unas letras grabadas:

“Luisa y Juan para siempre”

A la anciana le dio un vuelco el corazón, ella se llamaba Luisa. Consideró el anillo como suyo.

Miguel estuvo viendo la tele durante dos horas hasta que llegó Marisa, su madre a buscarlo.

- Mama ¿Le has comprado algo de merendar? – dijo Marisa a la abuela.

- Ya sabes que la pensión no da para mucho…

- Pero ¿Es que no te doy suficiente como para comprarle una pasta al día?

- A mi no me hables así que soy tu madre y bastante hago en ir a buscarle cuando debería estar en la cama descansando las piernas.

- Nunca cambiaras mamá, anda Miguel, marchémonos.

- Eso iros, no me pidáis nada más, si volvéis que sea para verme.

La puerta se cerró con un fuerte golpe.

Luisa miró su resplandeciente anillo y sonrió, le quedaba tan bien con el abrigo de piel. Con una pulsación en el spray de laca terminó de acicalarse. A través de la mirilla de casa pudo asegurarse de que allí no había nadie, entonces, corrió las cortinas de la galería y sacó de debajo del colchón un fajo de billetes de cien euros, de los cuales separó uno y lo guardó en su bolsillo. Después, como cada noche, contó sus treinta fajos, estaban todos. El casino no estaba lejos, pronto estaría de vuelta a casa.

Allí se encontraba Inés, Pura y Paquita las cuales le saludaron desde lejos, mientras pedían un cartón de bingo. Luisa no les devolvió el saludo, caminó entre las mesas y los camareros con lentitud, cuando llegó a la mesa, Pura le preguntó:

- ¿Qué te pasa Luisa?

- Quiero contaros algo que hace tiempo que quería hacerlo.

¿Que es? – preguntaron al unísono.

- Antes de casarme con Abelardo, que en paz descanse, estuve en secreto con un marinero llamado Juan. – explicó mientras, con la mano, pedía dos cartones al camarero.

Sus amigas callaron, con los ojos abiertos ampliamente, mientras anunciaban el primer numero.

- Mirad el anillo que me regaló, nos queríamos con locura– dijo mientras les acercaba una mano y con la otra marcaba la casilla del número de la bola extraída.

- Es espléndido – dijo Inés mientras iba alternando la vista del anillo al cartón y marcaba de vez en cuando alguna casilla.

- ¿Por qué no nos lo dijiste antes? – susurró Paquita a modo de secreto.

- Ya sabéis que soy una mujer chapada a la antigua y no me gusta que me juzguen por tener un amor secreto, pero con el tiempo me he dado cuenta de que sois lo único que tengo y que puedo confiaros este secreto.

- ¿Y que es de él? – Preguntó Pura mientras ponía una ficha de un número cantado en el cartón de Luisa.

- Murió en una tempestad, después de darme este anillo.

Todas dejaron la conversación pues el cartón de Luisa anunciaba un inminente bingo. Luisa cogió el Martini de Pura y dio un rápido sorbo, esperando los números veintitrés y el uno:

- El once, el veinticuatro, el cuarenta y cinco – Luisa se apretó las manos- el uno.

Luisa lo marcó ahora, solo le quedaba el veintitrés. Miró a la gente de su alrededor y quiso enmudecerlos a todos.

- El treinta y dos, tres, dos, el dieciocho, uno, ocho, el veintitrés…

- ¡Bingo! – gritó Luisa.

Cuando llevó el cartón a la mesa, las tres ancianas inclinaron la cabeza y Pura dijo:

- Pobre mujer, yo no sabía lo de ese novio marinero, vaya pelandrusca.

Después del bingo todas trataron de consolar a Luisa la cuál lloraba porque según ella, hacía cincuenta años de la muerte de Juan, el marinero, pero las lágrimas se les contagiaron. Las tres, Pura, Paquita e Inés volvieron a la soledad de sus respectivas casas y miraron las fotos de sus difuntos maridos. Luisa miró la de su hija y su nieto.

Axel Ribes Grau

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Axel,me ha gustado mucho este relato es muy entrañable, te metes mucho en el corazón de los demás y eso hoy en día no abunda. Sigue adelante así.

Anónimo dijo...

He visto la foto del anillo y enseguida he recordado de que iba el relato, eso no me ha pasado con todos.